Hasta mediados del siglo XIX, la higiene no era una de las principales preocupaciones de los sanitarios. No es que se ignorara su importancia, pero si era un tema difuso ya que pensaban que el no lavarse las manos antes de atender a los pacientes podía derivar en enfermedades dermatológicas.
Fue el médico húngaro Ignaz Semmelweis quien, en 1847, realizó una observación en el Hospicio General de Viena y llegó a la conclusión de que las madres parturientas atendidas por monjas morían menos que las atendidas por estudiantes de medicina y médicos. ¿La razón? Las monjas se lavaban las manos entre paciente y paciente y los médicos no.
No fue la única aportación de Semmelweis ya que, de la mano de la higiene corporal empezó también a usar bata blanca para prevenir infecciones cruzadas (por ambas partes), color relacionado con el mundo de la ciencia, la salud, la vida y la protección. Hasta ese momento, los médicos habían vestido de negro.
Los uniformes de las enfermeras, derivados de los de las monjas, empezaron a llevarse con la profesionalización de la enfermería durante la Guerra de Crimea (1853-1856) y su evolución da para un post aparte.
Actualmente, la ley exige para los sanitarios cumplir numerosas medidas de higiene entre las que se encuentra llevar uniforme fabricados con materiales que ayudan a evitar la concentración de bacterias.
Los acontecimientos de los últimos meses han vuelto a poner de manifiesto la importancia de los consejos del médico húngaro que inició la senda de la higiene y los uniformes de los sanitarios.