La Real Academia Española define el uniforme como: “Traje peculiar y distintivo que por establecimiento o concesión usan los militares y otros empleados o los individuos que pertenecen a un mismo cuerpo o colegio”.
Es por todos conocido que, desde el principio de la historia, los uniformes jamás han pasado desapercibidos para la sociedad. Su historia es casi tan antigua como la de la humanidad; los sumerios ya los utilizaban para distinguir las diferentes clases sociales.
Los uniformes laborales nacieron sin embargo con la Revolución Industrial. La gran diversidad de profesiones surgidas al amparo de ésta hizo necesaria la creación de distintas indumentarias especiales.
Hoy en día existe mucha variedad de uniformes que están presentes en nuestra vida cotidiana. Colegiales, policías, personal de numerosos comercios… Y, por supuesto, también el personal sanitario.
El uniforme tiene la función simbólica de distinguir a quien lo lleva del resto. También, desde su creación está ligada a una función práctica: hacer más cómodo el trabajo del quien lo lleva.
Hasta hace pocas décadas nadie se había preocupado de la función estética de los uniformes. Eran prácticos, pero, ni eran cómodos ni hacían sentir bien a quienes lo llevaban.
Las innovaciones de los últimos años, tanto en materiales como en diseño, han solventado este problema y ahora existen uniformes que la gente quiere llevar no sólo porque sean prácticos, sino porque, además, son bonitos y sientan bien.
En conclusión, el uniforme genera el sentimiento de pertenencia un grupo y distingue frente al resto. Ya que son obligatorios en muchas profesiones debemos ofrecer un producto que sea práctico, cómodo y, por qué no, bonito.